LA TRAICIÓN DE JUDAS Y LA NUESTRA

VITAMINAS PARA EL CORAZÓN

LA TRAICIÓN DE JUDAS Y LA NUESTRA

 

Después del Domingo de Ramos, los siguientes 3 días, las lecturas nos narran los hechos inmediatos que antecedieron la muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

Como trasfondo, aparece durante estos 3 días este personaje que, sin ser el protagonista, seguirá siendo una figura misteriosa y enigmática que nos revela un poco de nosotros mismos: Judas.

Sobre él se han escrito muchas cosas, como si fuese un personaje que nos obsesiona. Hay quienes equivocadamente siguen pensando que Jesús lo “utilizó” para el triste papel de la traición. Eso sería atribuirle al Señor una acción mal intencionada, aunque el chivo expiatorio perfecto para tener a quien echarle la culpa de la muerte de Jesús.

Pero como lo único que sabemos de él es el desenlace trágico, me animo a compartir con ustedes las diferentes hipótesis que explican el motivo de la traición, no con el ánimo de aumentar sus conocimientos religiosos, sino para sacar enseñanzas prácticas:

1.La avaricia: pinta a Judas obsesionado por el dinero (la bolsa y las monedas); el mismo San Juan le llama “ladrón” (Jn 12,6). El contacto con el dinero puede ser peligroso y fatal si no tomamos las debidas precauciones. Aunque la traición de Judas no se puede reducir simplemente a la avaricia, no podemos negar que este vicio empuja a muchas personas a las acciones más deplorables: desde los secuestradores, narcotraficantes, corruptos, hasta pastores que ven a Cristo como un negocio rentable o clérigos que utilizan las ayudas económicas para caprichos caros.

2.Amor convertido en Odio: No podemos negar que Jesús vio en él lo mismo que en los 11 apóstoles restantes, capacidad de amar y entregarse a una causa. Francisco Cabodevillla afirma que existen indicios de que Judas amaba a Jesús de manera posesiva y celosa. Caín llegó a sentir celos de su hermano. Sentía mucha envidia de que la ofrenda de Abel fuera mejor acogida por parte de Dios (Gn 4,5). Y algunos teólogos afirman que Lucifer se rebeló contra Dios ante la sola idea de que el ser humano fuese más amado que él. La regañada que Jesús le da en público alabando el gesto de María Magdalena al derramar un perfume en sus pies, pudo ser el detonante de un resentimiento acumulado. Dicen que en todo gran odio y traición, existe alguna forma de amor decepcionado.

3.La santidad insoportable: si hay algo bastante común en la vida de los santos, es que se han visto rodeados de envidiosos que se sienten desafiados por un estilo de vida distinto. La santidad y la honestidad les resulta molesta e insoportable a los mediocres. Mucho amor necesitaron los apóstoles para poder vivir junto a Dios en persona, y a Judas le hizo falta.

4.La concepción equivocada sobre el Mesías: hay quienes piensan que Judas, al igual que otros galileos, vieron en Jesús el cabecilla idóneo para una revolución ante los romanos: no sólo arrastraba multitudes, tenía el poder de hacer milagros. Pero Jesús utilizaba ese poder para curar y dar de comer, no para aplastar y dominar. Y esto le decepcionó a Judas.

5.La hipótesis del pánico: el miedo es mal consejero, pues desaparece la coherencia. Jesús hablaba de la venida del Reino, pero lo único que Judas veía acercarse era la persecución y la muerte. Llevado por el miedo pudo haber pensado en salvar su pellejo entregando a Jesús como salvoconducto.

La imaginación humana seguirá trabajando y hurgando en la personalidad de este triste personaje. Lo más importante es remitirnos a lo poco que nos ofrecen los relatos del Evangelio.

Llegó a Jesús como el resto de los apóstoles, con virtudes y defectos. Fue llamado como el resto, “para estar con Él y para enviarlos a predicar teniendo poder para expulsar demonios” (Mc 3, 14-15).

Si Judas era desde el inicio avaro, ese vicio no era más grave que la actitud violenta de Pedro, que la desconfianza de Tomás o la intransigencia de Juan.

El que estuviera profetizado que uno de los doce le iba a traicionar, no tenía etiqueta por nombre y apellido. Fue él, pero pudo ser otro.

Lamentablemente la avaricia y la envidia no se derritieron en el contacto con Jesús como sucedió con los defectos del resto de los apóstoles.

Su comportamiento durante el tiempo que compartió con Jesús y el resto, no despertabas sospechas, por lo tanto, era similar al de los demás: con ambiciones y esperanzas terrenales.

Cuando Jesús señala que uno de ellos lo va a traicionar, las miradas no se dirigen en forma indiscreta hacia Judas como si todos presintieran que era la oveja negra de la familia. Todo lo contrario, preocupados comienzan a preguntarse a sí mismos por si han fallado terriblemente y no se han dado cuenta.

En Judas el mal fue creciendo y avanzando como un cáncer hasta llegar a una metástasis. Le bastó a algunos de los fariseos leer en su rostro su rechazo a lo que Jesús decía o hacía para acercársele al oído y hacerle la baja propuesta de entregarlo a cambio de dinero.

Los relatos de estos tres días de la Semana Santa no son para que miremos a Judas como chivo expiatorio para tranquilizar nuestras conciencias. Todo lo contrario, es para que nos miremos al espejo, ya que la traición de Judas no es muy distinta de las nuestras.

¿Acaso no hemos traicionado nuestros ideales más sagrados porque hemos querido disfrutar de beneficios egoístas? ¿Acaso no hemos querido sacar provecho de ciertas situaciones aunque perjudique a otros? ¿No hemos dado rienda suelta a nuestros deseos de venganza? ¿No hemos tramado cómo conservamos nuestro status aunque tengamos que llevarnos de encuentro a otros? Y todo esto, ¿es menos que treinta monedas de plata?

Al menos a Judas le remordió tanto la conciencia que se le hizo insoportable vivir y por eso se colgó de un árbol. El caso nuestro puede ser más triste: ser traidores, pero aparentar ser impecables. Muchos errores y pecados que señalamos fácilmente en los demás, tal vez sean menos perversos que la hipocresía de quien los señala.

Decía José Martín Descalzo, sacerdote y periodista: “Basta colocarnos al final de una procesión y gritar “¡Judas!”, y nos daremos cuenta de que a todos traicionará el sub-conciente, pues todos voltearán a ver”. Porque Judas, en realidad, nos revela un poco a nosotros mismos.

“Todos hemos participado en la tarea de reunir aquellas treinta monedas de plata con las que fue vendido el Maestro. Judas y Caifás fueron simplemente nuestros representantes”.

Sin embargo, queda una posibilidad que Judas menospreció, una oportunidad que menospreció: la misericordia de Dios.

“Donde abundó el pecado, sobreabundó el perdón de Dios” (Rm 5,20).

Es significativo el detalle que nos daba el evangelista San Juan el día Lunes: “La casa se llenó de la fragancia del perfume”, pues nos remite al motivo de esa cena: están celebrando la vida, pues Lázaro había muerto y al llevar 4 días en el sepulcro cuando llega Jesús, María le advierte: “Señor, ya huele mal…”

El hedor del mal pasado contrasta con el aroma del perdón presente que es capaz de inundarlo todo. “Gustad y ved qué bueno es el Señor. Dichosos los que acuden a Él” (Sal 33)

Que Dios les bendiga

Su hermano, José Jesús Mora